Llegué diez minutos antes porque los lugares se presentan mejor si no los apuras. Carretera estrecha, viñas a un lado, pinos al otro. La casa se escondía medio paso detrás de un seto de romero. Tejas cansadas, dos habitaciones pequeñas, un porche que pedía sombra. El agente habló en metros cuadrados y escrituras. Asentí y esperé a que el coche se fuera para que hablara el aire.
No vine a imaginar muebles. Vine a escuchar.
Primero apagué todo. Cierre de portón. Luces fuera. Grifos cerrados. Silencio crudo. Me quedé en medio de la sala, cerré los ojos y conté hasta treinta. A los cinco segundos un zumbido lejano que podía ser carretera o transformador. A los diez un perro dos parcelas más allá dijo una frase y se cayó. A los veinte una bandada corta cruzó el cielo como una escoba suave. A los treinta nada. Lo nombré para recordarlo: silencio con dibujo.
Di tres palmadas. La primera engaña. La segunda dice la verdad. La tercera confirma. Aquí la cola era menor de un segundo con una dureza pequeña en la esquina norte. Puse la mano allí: pared hueca, ladrillo ligero. No es crisis. En el dormitorio la cola iba un poco más larga y el techo bajo ayudaba. En la cocina ni lo intenté. La cerámica le roba la poesía a cualquier palmada.
Saqué el diapasón en Re y lo dejé sonar en la sala. Busco paredes que se enamoran de una nota. Luego se portan mal. Aquí ninguna agarró el Re. Bien. Probé Sol. Ese despertó el armario del rincón y se creyó contrabajo. Escribí una línea en el cuaderno: quita el armario, quitas el problema.
Abrí la ventana este. Viento en la cara. Los pinos hacen un sonido que puede pasar por mar si dejas que la memoria ayude. Buen sonido. No grabas encima, pero se queda en el borde de la atención y ahí es donde el trabajo aguanta. Cerré otra vez y usé el único medidor que me fío en casas ajenas. Si sostengo un susurro, la sala me lo devuelve con cuidado o lo corta. Esta lo devolvió con cariño. Punto a favor.
Me llevé cuaderno y termo al porche. Media mañana de un martes es la prueba. El mundo finge calma los domingos. Pasó un tractor al ritmo de una conversación. Pasó una furgoneta sin disfraz. Un vecino en bici dijo bon dia y frenó con educación. No hubo autopista rompiendo el cielo ni avionetas haciendo vueltas de ego. Los perros discutieron tres minutos y se quedaron sin ideas. Un lugar es su martes a las once.
Dentro busqué la pared honesta. Todas las casas tienen una. Es la que no llama la atención. Apoyé la espalda y abrí el grifo. Presión suficiente y voz contenida. Luego la cisterna. Corta, sin quejido metálico. Si grabas voces a un metro esos dos sonidos pesan más que la marca del micrófono. Volví a apagar todo. Otra vez silencio con dibujo.
Hice la prueba de vecino sin vecino. Cajón muy suave, como calentando. Dos golpes, pausa, dos más. Esperé. Nada. Subí apenas. Un perro contestó con una opinión breve y perdió interés. Buena señal. En ciudad un solo golpe levanta un balcón lleno de juicio. Aquí nadie intentaba dormir a mediodía.
Luego miré lo que no suena pero escribe la partitura. Acceso que puedes conducir de noche sin inventar una oración. Luz de este para cerebro madrugador. Sombra de tarde que una morera resolvería. Tomas donde tocan. Un lugar para agua filtrada. Un rincón para los zapatos que no tropiece a la música. Hice una lista de cuatro arreglos que no asustan: lana de roca detrás de la pared ligera, cortinas pesadas en el vidrio oeste, alfombra gruesa donde irán las voces, burletes decentes en puertas. Barato, reversible, sin matar el carácter.
Intenté que el sitio dijera que no. Esperé un poco de viento. Abrí todas las ventanas. Puse el termo sobre la mesa como micrófono inventado y conté otra vez hasta treinta. El aire entró, se movió y se fue. La puerta no jugó a heroína. No hubo portazo. No chilló ningún cable. Cuando una casa no puede con tu paciencia te lo dice con pequeños berrinches. Esta no lo hizo.
El agente volvió y me encontró sentado en el suelo.
—¿Entonces?
—Es posible —dije—. Si los papeles cuentan lo mismo.
Guardé el cuaderno y caminé el perímetro como quien saluda. Una lagartija salió de una grieta con dignidad de dueña. El romero hizo su teatro mínimo. El sol bajó a la hora en que no conviene decidir. Sonreí igual.
Intento elegir a propósito. La Melodía no será escondite. Será centro. Casa y sala donde las canciones se portan bien. Un lugar que pueda cargar silencio y ritmo sin pedir permiso a la ciudad.
Por si sirve, aquí va el protocolo sencillo. Cabe en el bolsillo y funciona.
Escucha treinta segundos. Dos veces. Una en la sala principal y otra fuera. Ponle nombre al silencio para recordarlo.
Da tres palmadas en cada sala. Confía en la segunda. Es la honesta.
Sostén una nota que conozcas bien. Mira qué vibra. Arregla al culpable o haz las paces.
Prueba un martes a las once. Los domingos mienten.
Abre un grifo, descarga una vez, abre una puerta con viento. La vida real suena. Asegúrate de poder vivir con eso.
Escribe una lista corta de arreglos baratos. Si ocupa más de una página, busca otra casa.
Pregúntate si el silencio tiene dibujo o pelea. Con dibujo se trabaja. La pelea cansa.
No sé si esta será la casa. He visto las suficientes para reconocer cuando un lugar posa y cuando simplemente es. Este no posó. Eso ya importa.