Por qué el Re menor suena tan triste (y por qué lo amo)

Hay algo en el Re menor que no logro soltar.

No sé si fue esa tarde en el coche, subiendo por la carretera mojada hacia Prades, cuando sonaba Teardrop de Massive Attack y todo parecía caer lentamente —o si fue en un viejo piano desafinado en casa de mi abuela, cuando mi primo me enseñó por primera vez ese acorde que duele sin romperte del todo.

Dicen que el Re menor es la tonalidad más triste. Yo no sé si creo en eso. No sé si una nota puede tener intención. Pero sí sé lo que despierta en mí: esa mezcla rara de nostalgia, dignidad, belleza rota. Como una carta que nunca enviaste. Como un domingo por la tarde cuando tienes 14 años y todo te parece mucho sin saber por qué.

En mi vida, el Re menor no ha sido teoría, ha sido atmósfera. Tal vez por eso, cuando vuelvo al Re menor, siento que vuelvo a casa. Aquí hablo más de esa relación con este lugar.

Fue la banda sonora de una despedida en París, cuando ella se giró y no supe si decir algo más. Fue el color del cielo en Montseny un día que pensé que me perdería en el bosque. Está en No Surprises de Radiohead, en Porcelain de Moby, en esa versión de Alfonsina y el Mar que no me deja indiferente. Está en la garganta de Mercedes Sosa, en las guitarras de Fink, en los silencios de Nick Drake.

A veces pienso que si tuviera que elegir una sola nota para quedarme a vivir dentro, sería esa. Como una pequeña cabaña en mitad del bosque emocional. Ni feliz ni dramática. Sincera.

Y por eso hoy escribo esto. No para explicar, ni siquiera para compartir —sino para recordarme que hay lugares que solo existen en el oído, y que el Re menor, con su sombra suave y su luz apagada, es uno de ellos.

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